viernes, 12 de marzo de 2010

LA VIOLENCIA FAMILIAR

Los trágicos homicidios de los últimos 5 años (Giulana Llamoja mata a su madre en marzo del 2005; Hernán Morales Navarro mata a su padre en Enero de 2006; Consuelo Horna Quispe mata a sus hijos con raticida y luego se suicida; el asesinato de Myriam Fefer, del cual su hija, Eva Bracamonte, es la principal sospechosa; y finalmente, el crímen de Elizabeth Espino quien mató a su madre Elizabeth Vásquez Marín) y las preocupantes estadísticas vertidas en la prensa sobre la recurrente violencia doméstica descrita por Berckemeyer y Rivas, dejan mucho que pensar.

Si bien la tasa de homicidios en nuestro país es baja y no nos caracterizamos por crear sociópatas-asesinos múltiples como Charles Manson o Wayne Gacy, queda en evidencia una triste realidad: la violencia familiar es una lacra en nuestra sociedad. Mejor dicho, es una realidad. Tan preocupante como la epidemia de Sida es para Brasil o la desnutrición en África.

Nuestra asociación no es ajena a esta realidad; si bien ésta prácticamente es ajena a toda discusión penal salvo cuando ocurre un homicidio, no estamos de acuerdo con que la violencia ocurrida dentro del ámbito familiar sea considerada “violencia doméstica”. La violencia es violencia, y no por el hecho de que si ésta proviene del cónyuge, o del padre-madre a los hijos o cualquier otra combinación se puede afirmar que no es violencia ya que subsiste el infame “derecho de corrección” (elemento presente en vetustos códigos penales del Perú). Todo esto nos lleva a una conclusión ya conocida: nuestra sociedad es violenta y utiliza la violencia para resolver sus conflictos (si es que podemos afirmar que se resuelven).

A través de mi experiencia laboral en distintos penales de Lima (Santa Mónica de Chorrillos, Lurigancho y Sarita Colonia del Callao) pude conocer una realidad completamente ajena a la que vivo: un mundo totalmente olvidado y denigrado, ése es el mundo del preso. Un mundo donde todos los males de nuestras calles limeñas se repiten al interior del penal, pero con mayor notoriedad. Hablamos de la violencia, la corrupción, la desocupación, la soledad, depresión y por sobre todas las cosas, la ineficiencia total de un Estado que no solamente no puede lidiar con el exorbitante número de internos, sino que además no le interesa en lo más mínimo la dignidad de estos seres humanos que han caído en desgracia.

Algo similar ocurre en el caso de la violencia familiar: hay una población desprotegida y al Estado parece no importarle. Éste solamente intercede a través del derecho penal, cuando ocurre un homicidio, mejor dicho, un homicidio en el tipo penal de parricidio. Ahí termina el Estado. ¿Creen que poniendo a quien delinquió en la cárcel por cinco, diez o quince años el problema se resuelve? No, definitivamente no. Lo único que logramos es que las contradicciones en la mente de quien ingresa a prisión se vuelven aún peores. La cárcel destruye y corrompe, y al igual que el gran Baratta, me atrevo a afirmar que la humanidad debe vivir a pesar de la cárcel y tratar en la medida de lo posible de erradicar ese horroroso lugar.

Lo único que queda por hacer es tomar conciencia de que éste es un problema que le concierne a la sociedad y al Estado, y que debe ser resuelto en sus fases iniciales, cuando aparece el maltrato, sea psicológico o físico, y definitivamente quitarnos de la cabeza la noción que éste es un problema doméstico. Es momento de cambiar esta realidad.

Carlos Luis de la Fuente Calle
Iter Criminis

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Comentario elaborado en base a los siguientes artículos:
RIVAS, Bruno, “El enemigo en el hogar”. Fuente: El Comercio, edición del día Domingo 21 de Febrero de 2010 (Página 16).
BERCKEMEYER, Fernando, “Hogar, violento hogar”. Fuente: Perú.21, edición del día Miércoles 10 de Marzo de 2010. Imagen tomada del blog :http://desafiosycompromisos.blogspot.com/

1 comentarios:

Ariel dijo...

Rescato sobre todo una oración: "La cárcel destruye y corrompe..." La cárcel te enseña una vez más el peso que tiene el dinero y la necesidad de conseguirlo. Por lo tanto, los valores quedan en un último plazo y el símbolo $ aparece de forma constante en las mentes ya corrompidas de estas personas.
Definitivamente hay quienes se arrepienten del hecho delictivo, pero la gran mayoría termina odiando más a la ley, a las "autoridades" y a sí mismos.